Escatrón ¿Halloween o Todos los Santos?

Es de noche. Imagina que sopla el cierzo y caminas al abrigo de la cerca que rodea el cementerio. Tras el camposanto, en el campanario de la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción comienzan a sonar las horas… una a una , hasta llegar a las doce. El día 31 de octubre queda atrás: acaba de empezar la Festividad de Difuntos o de Todos los Santos. Subes la Calle Mayor, dejando atrás la Panderilla y fijándote en las ventanas iluminadas de un modo tenue por unas lamparillas votivas en recuerdo de los que se han ido. Llegas a El Portellar y, aunque desde allí no lo ves, en el cementerio, abajo, en la Plaza de España, otras lámparas de aceite rasgan la noche colocadas sobre algunas de las tumbas en las que reposan los seres amados que se fueron. Las han puesto sus familiares, los más madrugadores, como tú. El cierzo te corta la cara y estás deseando llegar a casa donde te esperan los tuyos para dar cuenta de una buena sartén de castañas asadas y alguna copa de anís.

Aunque te parezca difícil de creer, este relato de vida cotidiana pudo ser muy real cualquier noche de Todos los Santos en el Escatrón de mediados del siglo XIX. Entonces, el cementerio se encontraba, como en muchos otros pueblos, frente la Iglesia. Sí, donde ahora rompemos la Hora cada Semana Santa, o donde esperan los menos devotos el final de la misa.

El cementerio más antiguo se ubicaba frente a la Iglesia

El cementerio más antiguo se ubicaba frente a la Iglesia

Pero no fue ésta su única ubicación. Cuando el número de vivos provocó que creciera el núcleo urbano, el cementerio debió de quedarse pequeño. Entonces se decidió su clausura al tiempo que se abría otro en el plano que va desde la Avenida de la Constitución hasta la carretera de Zaragoza, a las afueras del pueblo….

Zona aproximada donde se ubicaba el segundo cementerio

Zona aproximada donde se ubicaba el segundo cementerio

Y a las afueras estuvo hasta que llegó la central y se construyó el poblado. Tener un cementerio tan cerca de las viviendas debía parecer tan poco estético como inquietante. Así que, llegado 1958, se clausuró este segundo cementerio y se terminaron los enterramientos. Aún así, tras su cierre estuvo en pie casi veinte años más, hasta que a mediados de los 70 se decidió trasladar los restos de quienes hasta entonces lo habían habitado, a un nuevo emplazamiento ya definitivo: el cementerio de las Pedrosillas, junto a la Carretera de Caspe. Allí se habilitó una fosa común que sirvió de sepultura última de aquéllos que no tuvieron quien los reclamara.

Se dice que junto al cementerio viejo, al del plano, había una parcela que servía de última morada de aquéllos que, por haber muerto sin estar en gracia con Dios, no tenían derecho a yacer en el interior del recinto. Y se que también sus restos fueron trasladados al nuevo cementerio.

Bueno, nos hemos permitido alguna licencia para hacer de este post un relato más acorde a las fechas en la que estamos. Pero todo lo que se cuenta es cierto. O así nos lo han contado.

La Festividad de todos Los Santos es una fiesta muy arraigada en la religión católica si bien, años atrás, se celebraba con menos entusiasmo comercial.

Como ahora, se llevaban flores al cementerio para honrar a los muertos. Muchos aprovechaban para estrenar sus ropas nuevas de invierno: entonces el frío llegaba antes al pueblo y daba para eso y para más. Algunos años se adelantaba la recogida de olivas y quienes vivían del campo no podían permitirse muchas horas de fiesta para honrar a sus muertos no fuera que una helada tempranera diera al traste con la cosecha.

Aún así era una fecha que tenía su idiosincrasia propia: se encendían pequeñas palomillas, velas votivas, que se colocaban en un lugar destacado de la casa, en recuerdo de los que se habían ido para no volver. No era, sin embargo, tan frecuente alumbrar con esas lámparas las ventanas de las casas, como en muchos otros pueblos de Aragón. Y como en éstos, también se disfrutaba del anís y de los huesos de santo y de unas virutas dulces hechas a base de huevo, azúcar y harina.

Por entonces, las reuniones en el cementerio resultaban mucho menos coloridas. No había tanta cantidad de flores y es que España aún era un país hecho de blancos, negros y grises.

Con todo, la Festividad de Todos los Santos, no ha perdido su rigor y es el día en que se hace más vívido que nunca el recuerdo de todos aquéllos a quienes seguimos queriendo… aunque ya no estén entre nosotros.

Lo del truco y el trato, el sombrero de bruja, los disfraces, y las calabaza iluminadas ya no son cosa nuestra. ¿O sí?

Halloween es ya una fiesta popular

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